XTRX

En este texto intento explicar lo que entiendo por lo Otro, aquello que no me identifica, que está más allá de mi y sobre lo que no tengo poder ni voluntad. Entonces intento responder a la pregunta ¿Qué es el/lo Otro?

Una salida fácil es reconocer que lo Otro es un montaje creativo; definir lo que no soy me aterra tanto como definirme a mí mismo, si renuncio a definirme estoy igual de obtuso a reconocer lo que no soy. Está claro que tenemos una experiencia inevitablemente subjetiva, algo que nos hace sentir que hay un todo y yo sólo soy una parte, de esta forma, no lo resolveré por la segunda salida fácil “no hay división, somos lo mismo” porque la salida budista es egocéntricamente contra-intuitiva “yo me siento yo y no puedo escapar de mí mismo, aunque tenga una gran voluntad empática”. Por tanto, lo Otro es lo que me abruma, lo que me cuesta por lo que la empatía es lo que comulga y diluye barreras. Lo que me obliga a poner bordes es lo Otro: patriotismo, géneros literarios y musicales, qualias individuales de la experiencia subjetiva consciente, buscan bordes y los necesitan. Lo Otro existe siempre y cuando sea consciente de mi mismo, por definición lo Otro es trasgresión, es todo lo que me impulse a negarme, a dudar del contenido subjetivo, a romper preacuerdos racionales.

La matemática es la liberación y a la vez me conformo con sus ensoñaciones. En una dirección lógica puedo extender un Otro al Otro ya enunciado, es decir, seguir el proceso de abstracción y darle forma a otro más allá del Otro, y caigo en la pesadez de imaginar que esta nueva otredad es un “conjunto universal” que abarca subconjuntos de Otros con bordes postizos que juguetean ingenuamente ciegos. No creo en esta visión topográfica, aunque sea una idea gráfica en mi psique, por su manifestación eidética en mi mente que me genera desconfianza.

Este Otro emancipado es aceptación, una solución dialéctica que me permite cargarla de significado y ponerla en sentido con la divinidad. Ahora bien, mis tripas reclaman lo Otro como trasgresor. Lo divino será relevante porque su opuesto complementario es la mortalidad que violenta; tampoco quiero resolverlo de esta manera porque la otredad del Otro debe de ser una contradicción entre dos entidades, con aquello que me niega y trasgrede con lo que me permite ser negado y trasgredido.

Permitir lo negado en un marco atemporal es como entiendo el Otro del Otro. En este marco hay que renunciar al tiempo y crear un concepto que pueda engendrar contradicción, ya que la aceptación es un proceso ulterior a la experiencia y toda experiencia es temporal. Lo entiendo como una aceptación a la negación: admitir aquello que no comprendemos y nos rompe; un basilisco venenoso que busca morder su propia cola. Es una entelequia deforme que frente a mí no tiene ningún sentido y aun así estoy llamado a darle la bienvenida.

Me rindo ante la sensación de contemplar lo Otro como un adjetivo más no como un sustantivo. Me he pasado la vida buscando algo que me permita dejar de ser, revolcarme en la sátira y caricaturizar el ego. Lo Otro terminará por devorarnos, somos una pausa dentro de una gran contradicción; la lucidez es una vela sin candelabro en una noche de tormenta, y el infierno es trepar por una soga en un pozo con un pretil infinito de ojo de buey, decorado con tragicomedias desgastantes.

El amor, fango naturalizado

Me sorprende que las personas reclamen un amor sano. Reclaman personas carentes de toxicidad. Un amor puro y natural. Sin olvidar que reclaman su mente y pensamientos, girando siempre a su alrededor. Desean un saludo especial cada mañana, un recorrido de su día y unas buenas noches sinceras justo en el estado hipnagógico para retirar cualquier duda confabulada de no ocuparse en ninguna otra tarea después de despedirse. Mimos y detalles constantes. Evitar lo más posible personas con las que pueda tener un atisbo de duda sexual. Preferencia exclusiva para planes y festivos. Capacidad para soportar reclamos injustificados. Capacidad de agresión psicológica a su altura; ni más ni menos, debe de ser un equilibrio de irracionalidad.

Yo no considero, como si lo hace la psicología clásica, que las personas se relacionen desde sus vacíos. No están vacíos, son glotones voluminosos de afecto externo. Escucho a personas decir que se les frita la sangre si su pareja no les habla un día y se presentan en decepción vengativa. Declaman la sentencia -el que quiere, busca el momento. Al parecer el amor es objetivo y se puede medir en niveles de glucosa consumidas por el cerebro.

Confabulan, crean y distribuyen oscuridad si su pareja se sale de estas normativas. Y así, con todo esto, piden un amor sano, porque todo lo anterior lo consideran justo y necesario para una relación saludable y estable. Es repulsivo que no comprendan como funcionan las obsesiones. Saturar la mente con la misma imagen humanoide, llenarla con demandas y obligaciones es un ejercicio tan frenético como memorizarse la tónica, la tercera, la quinta y séptima nota de una escala menor séptima a lo largo de todo el diapazón de una guitarra para un aprendíz de jazz. Es molesto, enfermo, pero da mucho placer a la hora de lograrlo.

Esto no es una sentencia moral. Vivan su fango psicológico, enfermen a los demás y demanden regalos por caricias. Obsesionen a grandes y chicos. Exijan afecto hasta que los botones de la blusa no contengan más la presión de sus corazones obesos hinchados y caigan a los pies del siguiente amante. Como gusten, ustedes sirvan la mesa. Mi tesis, aquí, es resaltar la enfermedad que naturalizan, yo estoy en armonía con mis obsesiones, pero nunca oirán de mi decir que es saludable lo que me obsesiona.

Cierro el telón diciendo que he conocido chicas que toman esto con un grano de sal y se escapan de toda esta narrativa. Esas chicas son grandes, las amo y les deseo lo mejor en su vida.